martes, 22 de enero de 2013

Dice que tiene miedo de la muerte del amor.

La mirada cansada y el dormirse triste son más que una opción, desde hace un año.
De vez en cuando, mis dedos, inconscientes, rozan con cuidado la cicatriz vieja para recordarme que las promesas sin cumplir, las promesas rotas no dejan de doler. Sin embargo, no me rindo nunca, porque el dolor pasa, es temporal. 
Lo que no quiero creer es que la persona que un día te lleno de primavera en el invierno más frío, se haya ido. Pero así son las cosas, y lo malo de lo bueno es que dura siempre demasiado poco.
Ahora intento asimilar que debo dejar de regalar amor a quienes no lo merecen, mientras mi corazón sigue sintiendo cosas que mi cabeza no logra entender. No lo comprende porque en ella no dejan de dar vueltas imágenes de una vida que nunca viví.

¿Y sabes qué? Desde abril nadie mira al cielo y absolutamente nadie puede con los lunes desde que nos prohibieron soñar. 
Aunque dejemos de creer y nos vacíen por dentro intentamos hacer algo grande de cada día. Salvo los martes, que siguen siendo imposibles sin tu voz.

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