martes, 20 de marzo de 2018

Abrirse en canal.

Hace unos días alguien me dijo: “lo que pasa es que tienes un miedo tremendo Sara, no puedes tener tanto miedo”. Tenía razón. 

Yo también tenía las mías para sentirlo. Lugar y momento equivocados. Y la verdad más absoluta: dos personas destrozadas no hacen una entera.

Me he pasado los últimos años haciendo todo como si no hubiera próxima vez. Abrazando con tanta fuerza porque odio echar de menos. Porque sé que cuando alguien se va de mi vida trae consigo una sucesión de despedidas.

Por eso he vuelto al cuarto naranja. Paso las horas muertas aquí. Siempre me coloco delante de una foto en blanco y negro. Es un bosque inmenso, gris y solitario, con rayos de sol abriéndose paso entre las ramas más altas. Supongo que así me siento muchas veces, cuando estoy rota y entra la luz.  
                 
Pero que no cunda el pánico. Detrás de estas ojeras infinitas, el pelo despeinado y una habitación desordenada como la vida, estoy yo. Sigo siendo un desastre. Sigo sin saber controlar la ilusión. Me ilusiono y desilusiono con facilidad. Funciono por impulsos. Hago y deshago. Pregunto todo el tiempo. Porque me gusta ir más allá. Porque mis ojos siempre buscan más allá. 

Y quién sabe, quizá nunca nadie llegue a entenderme. Y quizá yo tampoco llegue a entender que me hablen de medias tintas, de frenar…cuando soy todo o nada. Cuando lo que quiero es acelerar. Viajar. Perder la vista en el mar. Salir de fiesta y que me duelan los pies durante tres días. Cantar en el coche a pleno pulmón. Escuchar a Amélie. Emocionarme por cosas buenas. Sentirme querida. Volver a confiar. Querer mi cuerpo todos los días de mi vida. 

Esta soy yo. Con el corazón abierto de par en par. Sin planes para esta vida. Volviendo a resurgir.