martes, 12 de septiembre de 2017

Devoción.

Supongo que algunas cosas tienen que ser así. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Lo cierto es que yo nunca tuve que perderte para saberlo, pero tenías que irte. Tampoco es que tú lo quisieras así. Es la vida y su ley. A veces demasiado puta.

Ya sabrás que mamá llora a veces. Sé que recuerda cuando era pequeña. Cuando la cogías en brazos y la curabas las heridas. Lo sé porque eso hace ella conmigo. Sé que siente más que nadie, que llora con dolor y quiere con toda su alma. 

Quiero contarte que cuando te marchaste fui de concierto y acabé sin voz. Que volví a atravesar un océano. Y conocí México. Y quise quedarme a vivir. Que hace tan sólo unos días volví a visitar el mar. Y caminé descalza para sentirlo todo mejor. Que todos los días paso por casa, veo la ropa tendida y me dedico a imaginar la vida de los que hoy lo llaman hogar.

Ahora que por fin estoy haciendo lo que siempre he querido hacer… Ahora que he conocido a personas en tu misma situación, entiendo su sufrimiento, que un día también fue tuyo. Por eso cuido, calmo y sonrío.

Frida Kahlo decía: “amurallar el propio sufrimiento es arriesgarse a que te devore desde el interior”. Por eso siempre vuelvo. Más tarde que pronto, sí. Pero aquí estoy otra vez. Y sé que tú sigues aquí, conmigo, porque nunca te has ido del todo. Te noto cuando llevo puestos mis pantalones rotos preferidos y te imagino con el gesto torcido. Y adoro cuando hay sopa para comer porque pienso que vas a sentarte a la mesa de un momento a otro. Pero el halago más maravilloso del mundo, sin duda, es que digan que tengo el mismísimo mal genio que tú.

Ojalá sepas que quiero la vida y quiero disfrutarla hasta el final.