Nunca antes pensé que tener todo el tiempo del mundo fuese un problema. Ahora no quiero parar ni un minuto porque no quiero pensar. Parar implica tiempo para pensar y pensar implica estar jodida.
Es por eso que dedico mis días a dormir tantas horas que me da la sensación que hasta los sueños se van a agotar. Paso los días dentro de mi templo que es en lo que se ha convertido mi cuarto. Dentro sé que estoy a salvo y me dedico a cambiar todo de lugar: las cosas, la ropa, los pensamientos… Lo ordeno y lo vuelvo a desordenar mientras me reencuentro con música de hace mil años. Algunas canciones sólo son capaces de reabrir viejas heridas, otras reconfortan y otras recuerdan las cosas más bonitas.
Y cuando ya no puedo más, salgo dirección cuarto naranja. En el cuarto naranja suena Stubborn Love día y noche, y seguramente ese ha sido el mayor y el mejor descubrimiento de mi padre en años. Ya hace unos 365 días desde que los ojos más verdes del mundo me enseñaron esta canción. Ahora, y después de mucho insistir, sé que debería leerme Marina de una vez por todas.
Si estoy escribiendo esto, es porque después de un sinfín de días he parado.