miércoles, 31 de diciembre de 2014

Gracias por esas cosas que no se deben contar.

Hace apenas unos meses escribía: "me encanta la idea de estar empezando a vivir un nuevo año con 365 oportunidades, 365 sueños, 365 sentimientos, o, ¿quizás más?" Y de repente, entre el caos y la prisa caigo en la cuenta de que se terminan todas esas oportunidades, sueños y sentimientos para poder enfrentarnos a otros 365 síntomas.

He reído tanto y he llorado tanto que acojona tener la sensación de haberlo vivido como nunca. Pienso en las ojeras, en todo el esfuerzo y en las mañanas de hospital haciendo lo que me gusta. Pienso en los viajes al mar y el mar trayendo la calma a todos los rincones. Pienso en los planes improvisados, en coger trenes hacia ningún sitio y en cantar y abrazar tan fuerte que parece ir la vida en ello. Pienso en lo bonito de los reencuentros y en las miradas, en los besos y en todas las noches que han acabado siendo día.

Y pese a eso, hay quien te ha curado las heridas para después dejarte una cicatriz mayor y sin embargo, a mí me da por sonreír a los demás porque ni tú ni yo conocemos su historia.

Después de todo esto me he vuelto a encontrar, porque siempre hay un lugar con tu nombre que lleva esperándote mucho más tiempo del que tú creías. 

Termina así un año increíble de acumular días bonitos y sólo puedo dar las gracias a los que siguen estando, a los de siempre y a los que han llegado nuevos; desearles buena suerte a los que se marcharon y recordar a los que ya no están pero siguen formando una parte enorme de nosotros.

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