lunes, 1 de julio de 2013

¿Quedamos en tu herida o en la mía?

Me acuesto a solas con mis pensamientos. Estos me acompañan para recordarme lo grande que se ha vuelto la cama sin tus sueños y sin tus caricias. Y me levantan cada mañana con la sonrisa rota, sabiendo que nada va a cambiar.
Mis manos y yo, que sólo pedíamos hacer vida en tu piel, en tu olor...y tú, que aún no te has enterado.
Ni siquiera llegamos a conocer el término medio; tú no dejaste el miedo a sentir fuera y yo, en fin, yo a cuarenta y siete emociones por minuto.

Te prometo que no hablo de esto, de ti, porque tengo miedo que me digan las palabras que evito, que me aterran. Por lo mismo que es mejor que nadie pregunte que fuimos, pues definir es limitar.

Que sepas no me olvido del último beso, ni de tus palabras, pues ese día lo dijiste: "no me empieces a querer". Pero yo no te hice caso, porque un cuerpo lleno de soledad es capaz de aferrarse al clavo más ardiente aunque le produzca una herida de por vida.

Cuanto más te alejas más canciones hablan de ti, menos puedo leerte y más batallas de corazón que persistir en este cuerpo. Estoy segura que al corazón le quedan apenas unas sacudidas para asumir la derrota después de tantos años y tantos daños.

Lo más triste es que ya no me perderé en tus ojos y sólo me esperarán los libros y una cama fría y vacía. Mientras yo, no podré hacer otra cosa que escribirte y gritarte cuando duelas. Desearía que no te fueses como el resto. Serían para ti todos los cafés de las 7:48 y la espuma de mis labios.